jueves, 8 de octubre de 2015

Opinión Claudio Fermín


Militarismo de hoy



Para ellos no hay ley que valga. Lo importante es lo que ordene el jefe. Y el jefe ordena que para él no haya trabas.

Así ha funcionado el país. Las instrucciones de Chávez estaban por encima de la ley. Sus compañeros del PSUV le aprobaron cuatro leyes habilitantes y de catorce años que estuvo de Presidente diez de ellos estuvo habilitado para decretar leyes. Él era la ley.


Maduro y su pequeño anillo de poder han continuado la práctica según la cual el propio Presidente legisla. Más influyen tres jefes militares y asesores cubanos que una Asamblea Nacional que renunció a su obligación de legislar.

Eso está muy lejos de una Democracia, sistema en el que todos, incluidos los funcionarios públicos, se rigen por las leyes, no por los caprichos del jefe.

En Democracia los períodos de gobiernos son finitos. Así fue en cuarenta años de gobiernos civiles. Los presidentes gobernaban cinco años. Ni un día más. En el militarismo los jefes se quedan en el poder hasta que se mueren o hasta que otros militares los tumban.

La historia venezolana está llena de esas calamidades. Los dictadores cambiaron una y otra vez constituciones con el único fin de aprobar reelecciones. La Constitución de 1999 extendió el período presidencial a seis años y estableció la reelección inmediata. Después, Chávez estableció la reelección perpetua. Todo el poder a favor del continuismo.

La oposición es una función en la Democracia. Para el militarismo, los críticos del gobierno no son sino conspiradores y por eso son objeto de diversos modos de represión, entre ellos el yugo de tribunales que sirven de verdugos a quienes señalan deficiencias y abusos de la cuerdita en el poder.

Profesionalismo y experiencia administrativa tampoco valen. En el militarismo la secta coloniza el aparato del Estado y así oficiales de cualquier grado y nivel de instrucción hacen de rectores de universidades, directores de hospitales, alcaldes, gobernadores, operadores de políticas alimentarias, diputados y, en fin,  de cualquier rol que devengue sueldos y privilegios públicos.
Curiosamente, las fronteras se abandonan, el crimen organizado controla el país, la inseguridad hace de las suyas y la soberanía se pierde. Y pensar que muchos creían que los militares servían para enfrentar esos males.





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